luns, 14 de xaneiro de 2008

** O recuncho Literario.....Bram Stoker. Drácula

8 Mayo.

Temía, al empezar a escribir en este cuaderno, volverme demasiado difuso; pero ahora me alegro de haber anotado todos los incidentes desde el principio; porque hay algo tan extraño en este lugar, y es tan raro todo él, que no puedo por menos de sentirme intranquilo. Me gustaría estar a salvo y lejos de aquí, o no haber venido. Puede que esta extraña existencia nocturna me esté afectando; pero ojalá sea eso todo.Si tuviera a alguien con quien hablar, podría resistirlo; pero no tengo q nadie. Sólo puedo hablar con el Conde; ¡pero qué consuelo¡ Me temo que soy la única persona viviente de este lugar. Dejadme ser prosaico a la hora de contar los hechos; eso me ayudará a soportarlo, y evitará que se me desboque la imaginación. De lo contrario, estoy perdido. Dejadme decir cuál es mi situación … o cuál creo que es.

Me acosté, pero sólo dormí unas horas; y viendo que no podía conciliar el sueño otra vez, me levanté. Tenía el espejito colgado junto a la ventana y había empezado a afeitarme. De repente, sentí una mano en mi hombro, y oí la voz del Conde que decía:

- Buenos días.

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    Me sobresalté, asombrado de no haberle visto, dado que el espejo reflejaba toda la habitación que tenía detrás. Con el sobresalto, me hice un leve corte, aunque no lo noté al principio. Contesté al saludo del Conde, y me volví hacia el espejo para averiguar porqué no le había visto. Esta vez no cabía error posible; el hombre estaba cerca de mí, y podía verle por encima del hombro. ¡Pero su imagen no se reflejaba en absoluto en el espejo! Se veía toda la habitación que tenía detrás; sin embargo, no había signo de hombre alguno, excepto yo. Era sorprendente, y dado que esto sucedía después de tantas cosas extrañas, empezó a aumentar en mí esa vaga sensación de inquietud que siento siempre que tengo al Conde cerca. Pero en ese momento descubrí el corte que me había hecho; sangraba un poco y un hilillo de sangre me corría por la barbilla. Dejé la navaja y me volví para buscar un poco de esparadrapo. Cuando el Conde me vio la cara, le fulguraron los ojos como con una especie de furor demoníaco, y me agarró súbitamente por el cuello. Me revolví, y su mano rozó el crucifijo que yo llevaba puesto. Esto produjo en él un cambio instantáneo; y se le pasó tan rápidamente el furor, que me pareció pura figuración mía.


    -Tenga cuidado –dijo-; tenga cuidado de no cortarse. Es más peligroso de lo que se figura, en este país. – Luego, cogiendo el espejito, añadió-: Y éste es el desdichado objeto causante del percance. Estúpida baratija de la vanidad humana. ¡Fuera!

    Y abriendo la pesada ventana con un tirón de su terrible mano, arrojó el espejo, que fue a romperse en mil pedazos sobre las losas del patio. Luego se retiró sin decir una palabra. Es un fastidio, porque ahora no sé cómo me voy a afeitar; a menos que utilice la tapa de mi reloj o el fondo de mi jabonera, que afortunadamente es de metal.


    Cuando entré en el comedor, el desayuno estaba servido; pero no vi al Conde por ninguna parte. Así que desayuné solo. Es extraño, pero hasta hora no he visto al Conde comer ni beber. ¡Debe de ser un hombre muy singular! Después del desayuno, anduve explorando un poco por el castillo. Salí de las escaleras y encontré una habitación orientada hacia el mediodía. La perspectiva era magnífica, y desde donde yo estaba podía contemplarse perfectamente. El castillo está en el borde mismo de un terrible precipicio. Si soltase una piedra desde la ventana, ¡podría verla caer unos treinta metros sin que tocara nada! Hasta donde alcanza la mirada, se extiende un mar de verdes copas de árboles, con algunos vacíos, donde se abren los abismos. De trecho en trecho, se divisan algunas hebras de plata, donde los ríos serpean en profundas gargantas que recorren los bosques.
    Pero no me siento con ánimo para describir cosas bellas. Después de ver el paisaje, seguí explorando: puertas, puertas, puertas por todas partes; todas cerradas con llave y cerrojo. No hay salida posible, salvo las ventanas que se abren en los muros del castillo.

    El castillo es un auténtico presidio, ¡y yo soy su prisionero!



    FRAGMENTO LITERARIO EXTRAÍDO DO LIBRO Drácula, de Bram Stoker






ENVIADO POR: María
Gran Colaboradora de A Lareira Máxica

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